Deneuve
Fotografía de Víctor Carrillo para El codazo de Tassotti, de Deneuve
Quiero asustar a las niñas que, guapitas, acuden a los gimnasios.
Con cuadernos y pop-ups en bolsos de colores, lucen dientes lechepoéticos y carmín.
Sí, monísimas. Por eso quiero asustarlas a gritos.
Quizás un tiro al aire, un zarandeo, un golpe de pestañas o decirles,
por ejemplo:
Huid de aquí, marchad ahora
que aún no os han visto, que no os conocen,
que no han delimitado con solemnidad que lo vuestro
es también esto: velocidad y belleza en las manos.
Entonces será tarde. No para ellos,
para vosotras.
Ya lo sabréis, guapitas. Ya habréis comprendido.
Marchad, marchad ahora que podéis.
[Hacedme caso. También yo una guapita de gimnasio y miradme:
tan solo pienso en el fuego y los avestruces]
Así que corred, corred y quedad a salvo. Sellad vuestra casa,
envolved vuestros libros en papel de periódico
(que no los vean, que no os intuyan)
y blindad vuestras uñas pintadas.
[Si lo estimáis conveniente, encerraos en la biblioteca unos meses]
Pero no habléis con nadie, no cojáis el teléfono, y dad marcha atrás
cuando vayáis a conocer las voces de la estantería:
quedan mejor puras y abstractas, sin cristales, sin botellas.
Haced todo lo posible por seguir así,
como ahora, guapitas,
sin entender este
Tratado, pese a las prisas y las ganas:
Que un gimnasio es siempre una librería, siempre un bar, una carnicería, un pub,
un tanatorio. Allí uno va de paseo y de gala. Y no.
El paseo después, las galas -si acaso- luego.
Primero, la guerra. Primero el trabajo. Primero uno, la honestidad.
El luto, en todo caso
. Las farmacias y las bolsas de la compra,
los libros y mamá.
Vosotras, guapitas.
Vosotras y vuestras uñas de colores.
Poco más. Quizás la honestidad llegue un día. O no.
No la esperéis. Divertíos. También yo lo hice.